Vivir en la Matrix

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Teoría y otras yerbas

Los jardines cerrados de internet

En artículos anteriores hablamos sobre la potencialidad de internet para generar grandes redes de inteligencia colectiva, conectando a personas de cualquier parte del mundo y posibilitando así la creación de contenidos más frescos, originales y espontáneos. Sin embargo, hoy les traigo un concepto que viene a romper un poco esa magia: los “Jardines cerrados de Internet”. Quizás alguna vez escucharon esta frase. Se trata de grandes ecosistemas digitales que (a contramano de la filosofía que ha guiado la construcción de la red hasta nuestros días) se cierran sobre sí y crean sus propias lógicas de acceso y usos. 

La metáfora refiere a grandes espacios amurallados dentro de una “ciudad” abierta como es (o debería ser) internet. Para acceder a ellos hay que atravesar algunas puertas y pagar varios peajes. ¿Les suena conocido? Espero que sí, porque forman parte de nuestra cotidianeidad. Se trata, por caso, de espacios como Google, Facebook o cualquier otra red social por el estilo.

¿Por qué son estas redes jardines cerrados? Porque para entrar en ellos y acceder o crear contenidos debemos generar un perfil de usuario. Alguno de ustedes pensará “pero qué problema hay, si es gratis”. En ese caso, les preguntaremos: “¿es realmente gratis?”. La respuesta, como verán a continuación, es un rotundo NO. 

El “pago” en los jardines cerrados

Como bien lo describe Martín González Frígoli, el acceso a esos jardines cerrados los pagamos con nuestros datos. No se trata simplemente de dejar un correo, un nombre y una fecha de cumpleaños (que en muchos casos, casi ingenuamente, solemos modificar). Los datos que más les interesan a estas empresas se los entregamos sin darnos cuenta a cada segundo que pasamos en su ecosistema. Están relacionados con nuestros gustos, intereses, opiniones, tendencia ideológica y política, capacidad económica, etc. 

Con esta información, pasamos a formar parte de un catálogo, muy requerido por las empresas, en el que se nos “encasilla” junto a otros según un determinado perfil de potenciales compradores. Así, cualquier anunciante que pague se asegura que su producto llegará al público que desea, o al más aproximado posible según su target.

Para formar parte de estos “paquetes” no es necesario que le digamos a Facebook, por caso, que nos gusta determinada marca de ropa o que tenemos preferencia por tal candidato. Esos datos se obtienen de nuestro propio recorrido por la Web, a través de la Inteligencia Artificial, los algoritmos y el Big Data. Veamos lo que nos explican al respecto González Frígoli y Edgardo Rovira.

El Big Data y los Algoritmos son la arquitectura de lo que se conoce como “publicidad analítica” o contextual. Seguramente les pasó más de una vez que, tras revisar en una web de compra de electrodomésticos, luego les aparecen publicidades con las ofertas de los productos que estuvieron mirando. Eso es un buen ejemplo de cómo intervienen estos elementos para definir lo que vemos en internet.

¿Por qué “cerrados”?

Pero volvamos a los jardines cerrados: el consultor Pablo Iglesias los define como “diferentes ecosistemas pero incomunicados entre sí. Silos aislados del resto de la red abierta, con unos grandes portones por los que había que pasar sí o sí para poder acceder al tesoro que dentro albergaban, que en algunos casos era contenido, y en otros simplemente datos”.

Esta es una primera gran crítica que se les hace a estos sistemas cerrados: la creación de ecosistemas propios dentro de una gran red pensada, originalmente, para ser una red de intercambio libre y abierto. Tim Berners-Lee, el “padre” de Internet, cuestionó duramente este sistema cuando fue consultado sobre la llegada de la Web 3.0. “Llegará cuando podamos devolver los datos a los usuarios. Cuando los ‘jardines vallados’ caigan”, dijo sin tapujos.

El otro gran cuestionamiento tiene que ver con la opacidad de los datos que manejan estos gigantes: se trata de información privada de cada uno de nosotros. Aún cuando aparece de forma anónima para la compañía, esos datos son nuestros. Y deberíamos tener derecho a saber qué tipo de información recopilan sobre nosotros. Pues bien: eso no ocurre. 

Pasa lo mismo con los anunciantes de estas plataformas: tampoco saben a ciencia cierta qué impacto tuvo su campaña, a qué usuarios llegó realmente ni quiénes reaccionaron positivamente. Solo se les deja ver estadísticas generales que, sin respaldo, bien podríamos sospechar que son inventadas. 

Privacidad y uso de datos

Esto nos deja a las puertas de otro apasionante debate: el cuidado de la privacidad en internet. Aunque mucho gurúes (y otros tantos agitadores) de la seguridad vienen alertando desde hace décadas sobre los peligros de exponer nuestra vida en las redes, no fue sino hasta el estallido del escándalo de Cambridge Analytica que muchos tomaron conciencia de ello. 

¿Qué ocurrió? La mayoría de ustedes lo sabrá, pero va un breve resumen: en 2018 un exempleado de la empresa Cambrige Analytica reveló que la compañía, a través de una aplicación de juegos, obtuvo datos de millones de usuarios y la dirigió a generar campañas negativas a través de trolls y Fakes News para beneficiar el proceso de Brexit (la salida del Reino Unido de la Unión Europea) y la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos. Para más detalles, les recomiendo este artículo en el que se resume el escándalo. Y si tienen tiempo, vean el documental “Nada es privado”, de Netflix (¡Otro jardín cerrado!), que explica el escándalo.

Para cerrar el tema, les dejo este gracioso (o aterrador, depende cómo lo vean) video que muestra cuál es el alcance de nuestras publicaciones en la red. 

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